- También conocido como el “cementerio de los apestados”, en este lugar fueron inhumadas la mayoría de las víctimas de la peste bubónica que asoló la región a inicios del siglo XX.
Rebeca tenía 4 años cuando murió víctima de la peste bubónica en marzo de 1912. Los maderos de su tumba aún conservan el color rosa. Como vecina tiene la sepultura de Juana Contreras, muerta a los dos años y dos meses de vida en noviembre de 1918. Blanca, otra de las pequeñas sepultadas en este lugar falleció a los cinco meses de vida. Todas muertas por la misma causa.
Ese es el perfil de los cientos de cuerpos enterrados en el llamado “cementerio de los niños”, o también conocido como el “cementerio de los apestados”. Ubicado al costado oriente de la Ruta 25 que conecta a las comunas Antofagasta y Calama, precisamente a 20 km al oeste del poblado de Sierra Gorda.
A diferencia de las decenas de camposantos pampinos que se hallan en el desierto de la región de Antofagasta, este lugar fue ubicado en medio del desierto en una especie de aislamiento, dado a que todos los cuerpos allí inhumados fueron víctimas de la peste bubónica que asoló la región a inicios del siglo XX.
Peste
Es necesario un breve contexto. A fines del siglo XIX en el norte de Chile proliferaron las oficinas salitreras debido al auge mismo de dicho recurso. Por ello, miles de familias originarias del sur migraron a la zona para trabajar en el rubro. Conocidos son los relatos y registros de miseria en la que vivían los obreros. Hacinados, sin servicio expedito a salud o educación, trabajo de sol a sol por 12 horas diarias en faenas peligrosas, siendo pagados con fichas de canje.
En fin, a todas aquellas penalidades se les agregó un “covid” de la época que, a diferencia del ocurrido hace unos pocos años, golpeó mortalmente a gran cantidad de familias obreras. Es ahí donde nace este lúgubre camposanto.
En 1912 se desata la peste bubónica en el norte, cuyo origen fue registrado tras la llegada de un buque proveniente de Ecuador y que recaló en Tocopilla, donde uno de sus tripulantes, ya víctima de esta enfermedad, contagió a los portuarios.
Rápidamente el brote asoló el norte de Chile, la intensidad fue de tal nivel que, el Gobierno del entonces presidente Ramón Barros Luco, declaró a Tocopilla “ciudad infectada” derivando a los mejores médicos del país hasta el puerto salitrero, entre quienes figuraban nombres como el médico Pedro Lautaro Ferrer, Marcos Macuada y Leonardo Guzmán (el nombre del segundo lo tiene hoy el hospital de Tocopilla y del tercero, el hospital regional de Antofagasta).
Pese a los ingentes esfuerzos por mitigar la plaga, hubo cientos de víctimas, siendo la mayoría niños y niñas que no superaron los 10 años de vida. Gran parte de estos pequeños que fallecieron en las oficinas salitreras de la región fueron sepultados en este cementerio, dado a que sus cadáveres aún poseían vivo el virus mortal.
Este cementerio ocupa una superficie de 6 mil m2, dramáticamente la mayoría de las edades que señalan las ennegrecidas cruces ahí erguidas indican gran población infante. Las sepultaciones en el espacio comenzaron en 1912, y posiblemente la última víctima inhumada lo fue en la década del 30, o sea, previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Peligro sanitario
Este cementerio se halla a 5 kilómetros al este de las ruinas del expoblado de Pampa Unión, un lugar que en su tipo fue construido como sanatorio para los obreros víctimas de accidentes laborales en las salitreras.
Respecto a este hecho, el historiador e investigador tocopillano Damir Galaz-Mandakovic Fernández explica que “Pampa Unión emergió como un caso singular dentro del Cantón Bolivia, al interior de Antofagasta, donde predominó la mampostería de costra calichal y también el uso del adobe. Su inicio está datado en 1911, pero el pueblo se encontraba bajo la administración de la municipalidad de Caracoles desde 1912. Fue un pueblo de servicios que contó con variado comercio, con fábrica de hielo, restaurantes y lupanares. Era tan atractivo que durante los fines de semana poseía una población flotante que bordeaba las 10 mil personas, considerando que vivían solo 2000. Llegó a tener semanarios noticiosos, tales como Palo Grueso, La Voz de la Pampa, Hoja Informativa y uno llamado Pocas Calchas”.
También, Galaz agrega que “estos cementerios fueron considerados como vectores de infección, es por ello que hubo que expandir las lógicas de los cementerios. Crear un cementerio, ya era una acción positiva en una escena de altísima mortalidad de trabajadores, pero por sobre todo, de niños, muertos también por la baja calidad del agua que generó dramas intestinales severos. Por otra parte, las epidemias y las diversas infecciones encontraron un campo fértil ante la baja calidad de la alimentación y también, derechamente, la hambruna, en particular en 1919, momento en que se inicia la decadencia del ciclo salitrero”.
Hoy, el cementerio aún subsiste al oriente de las ruinas de Pampa Unión. No es recomendable visitarlo por motivos sanitarios, más aún cuando profanadores han ultrajado algunos sepulcros, dejando osamentas y despojos humanos en la intemperie. Pero ahí están, como silenciosos testigos de una tragedia sanitaria, alejados de todo lo que antiguamente conformó el cordón productor salitrero en Antofagasta, confirmando el triste apelativo con el cual es nombrado en algunas publicaciones académicas: el cementerio de los niños.
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