- Desde un romántico piloto que no alcanzó a lanzar una flor desde las alturas a su querida amiga por precipitarse al sureste de Antofagasta, hasta un joven oficial que murió al intentar rescatar a un camarada desde un avión en llamas. Aquí, los primeros accidentes que marcaron la historia de la aviación en el norte de Chile.
El siguiente no es un relato, ni un ensayo, es solo una recopilación que da fe del riesgo que viene aparejado a una actividad que ha estado vinculada al desarrollo de la región.
En sus 94 años de vida, la Fuerza Aérea de Chile (FACh) y en especial sus hombres y mujeres han pagado muchas veces con su vida el ser los guardianes de los cielos del norte.
El siguiente texto busca rendir un sencillo homenaje a aquellos, que dejando de lado la seguridad de la tierra, han emprendido el último vuelo rindiendo la vida por sus ideales.
Antofagasta, la región, fue siempre parte fundamental de las rutas aéreas trazadas por la FACh, e incluso antes de la creación nominal de la institución. La región fue parte de esta planificación que buscaba unir los caminos aéreos de Chile a través de esta compleja geografía. No obstante, el problema de los pioneros de la aviación en el norte, aparte de la precariedad de la técnica, fue el terreno. Buscar pistas o campos de aterrizaje era una proeza que exigía no solo del heroísmo de esos pilotos sino de estudios y destreza que plantearon todo tipo de peligros.
Primeros accidentes
El primer caso de accidente en esta materia en la región se registró el 15 de diciembre de 1925. En el escueto comunicado que acompaña esta valiosa información, se establece que el Teniente Enrique Mujica Barbe, a bordo de un Junkers F-13 de 185 HP fallece en actos de servicio y en cumplimiento del deber, al precipitarse al mar su aeronave, debido al quiebre de la hélice del aparato, en un vuelo demostrativo con pasajeros de la zona.
Más antecedentes se pueden encontrar respecto al segundo accidente, ocurrido el 17 de marzo 1929 en la zona de Varillas (al sureste de Antofagasta), gracias al relato del general en retiro, Sergio Barriga Kreft, para la publicación “Horas de Losa” que es indicado en la web pilotosretiradoslan.cl.
Sobre este hecho, el Teniente Julio Fuentealba Bouniard fue destinado a la posta de Copiapó, correspondiéndole volar la ruta Copiapó-Antofagasta-Copiapó junto con el Teniente Costabal. Fuentealba por sus dotes de caballerosidad y compañerismo se había granjeado el aprecio de sus superiores y del resto de la oficialidad, quienes sentían gran estimación por él.
Cerca de Copiapó, en un campamento minero, el Teniente Fuentealba conoció a una bella joven con la que trabó amistad. El piloto, romántico y sentimental, al decir de sus compañeros, en cada uno de sus vuelos hacia Antofagasta lanzaba una flor en la puerta de la casa de su especial amiga.
Ella, atenta al ruido del motor, salía presurosa a la pasada rasante del avión y recogía la flor agitando sus manos respondiendo el saludo que, con las alas, hacía el piloto.
Para cumplir con este gesto caballeresco, el Teniente Meneses adquiría una flor en alguna florería de la calle Ahumada en Santiago, la transportaba hasta Ovalle, donde la entregaban al Teniente Fuentealba, quien la lanzaba desde el avión.
El 17 de marzo, le tocó al Teniente Meneses llegar hasta Copiapó transportando el correo y llevando además un clavel, para entregárselo a su compañero Fuentealba, quien ese día vendría volando desde Antofagasta. Sin embargo, el avión Moth Nº 22 no llegó ni ese día ni en los posteriores, resultando infructuosos los esfuerzos realizados para ubicarlo.
Sólo el día 23 el personal de la Estación Varillas, ubicada al sur de Antofagasta, notó una interrupción en las comunicaciones telegráficas, por lo que salió a recorrer la línea en busca de la falla. Poco después encontraban un poste derribado y junto a él, ya desfalleciente, al Cabo 1° Luis Rebolledo, mecánico del avión que piloteaba el fallecido oficial.
En vuelo, una fuerte turbulencia invirtió en el aire al Moth 22 que al parecer volaba a baja altura, precisamente para evitar las turbulencias y lo estrelló violentamente contra tierra.
Fuentealba resultó muerto instantáneamente y al cabo Rebolledo, a pesar de tener una cadera quebrada, logró arrastrarse hasta la línea del ferrocarril.
Después de dolorosos esfuerzos, el herido pudo derribar un poste, a fin de atraer la atención sobre lo ocurrido. Los restos del Teniente Fuentealba fueron trasladados a Santiago, llegando a la Estación Mapocho el día 27 de marzo y sus funerales dieron origen a profundas muestras de pesar.
Compañerismo hasta la muerte
Un 3 de septiembre de 1957 el Teniente oriundo de Arica, John Wall, y su mecánico el Cabo Domingo García, despegaron desde la Base Aérea Cerro Moreno en un B-26. Habiendo alcanzado 150 metros de altura comienza a incendiarse uno de sus motores de la aeronave.
Ante esta situación, el Subteniente Wall decide volver a la pista y el avión se precipitó a tierra. El oficial piloto logró sobrevivir a la caída y al ver a su camarada aún atrapado en la aeronave, acudió en su ayuda.
Mientras realizaba esfuerzos por rescatarlo, los tanques de combustible explotaron, provocando la muerte instantánea del Cabo Domingo García y dejando gravemente herido al joven oficial, quien producto de las lesiones falleció posteriormente.
Debido de su heroica hazaña, los Cadetes FACh de la promoción de 1977 decidieron nombrar a su Escuadrilla “John Wall”, en honor al oficial que rindió su vida para salvar a otro camarada y que enaltece los valores fundamentales que todo aviador militar debe tener: Honor, Lealtad, Cumplimiento del Deber y Excelencia en el Servicio.
Para recordar esta valerosa acción; hoy llevan su nombre el hangar del Grupo de Aviación Nº 8, la calle principal de la base de Cerro Moreno, una sala del ex Hospital Regional de Antofagasta y hasta un colegio en Arica homenajean a este valeroso mártir de la FACh.
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