Delegado de gobierno confirmó grave adicción de los pampinos en 1926

Para esta nota nos remitiremos a los hábitos de los trabajadores del salitre en el norte de Chile del segundo decenio del siglo XX, es decir, aquella generación minera de estilo prosaico. Obreros que con pico y barreta molían caliche en la tórrida pampa, doce horas al día, seis días a la semana.

Citamos un informe escrito por un funcionario del Servicio de Impuestos Internos (SII) de la década de los años 20 del siglo XX, quien debió visitar los cantones salitreros para corroborar la “perversión impaga” en la cual incurren los obreros, dejando como consecuencia faltas al trabajo, agresiones intrafamiliares, camorras callejeras, pobreza (lo poco que ganaban se lo libaban) o lo que es peor para este señor, impuestos impagos.

El documento corresponde al ‘Régimen antialcohólico en las provincias de Antofagasta y Tarapacá, redactado por el inspector del SII, Santiago Marín Vicuña en 1926. Este señor fue mandatado a corroborar qué tan pernicioso era este vicio en las salitreras, puesto que fueron informados que, pese a leyes draconianas que castigaban estas faltas, era imposible suprimirlas del todo.

Alcoholismo en la pampa

El alcoholismo no era un mal propio de la cultura calichera. Este informe fue redactado en 1926, tiempo en que Estados Unidos combatía este vicio con la Ley Seca. Esta iniciativa duró de 1920 a 1933, años en que el gobierno norteamericano cayó en la cuenta que el “remedio” vino a ser peor que la enfermedad.

En esos años debutaron en EE.UU las mafias, los arreglines políticos, las coimas, los Al Capone y todo ese material que realizadores como Ford Coppola, sintetizaron en magistrales películas de gánster como El Padrino.

El informe inicia con la motivación que tendría el trabajador para beber. “Vemos pues, que la mayoría de la población de Tarapacá y Antofagasta es formada por trabajadores y sus familias que podríamos denominar obrera, la cual está condenada a vivir en una región extraordinariamente seca y estéril desde el punto de vista agrícola, y soportar trabajos sumamente pesados que propician sus hábitos dispendiosos y propicios al alcoholismo malsano, que envenena su inveterado (antiguo) vigor y consume su escaso salario”, cita el documento.

Restricciones

Para combatir la borrachera, se establecieron oficinas de apoyo social y leyes de restricción (como la ley 550 del 23 de septiembre de 1925) sobre el expendio de alcoholes. Esta ley de sopetón prohibía la distribución y el consumo de chelas, vinos o cualquier fermentado en las oficinas salitreras. No así en los puertos.

Las oficinas salitreras empezaron a poner restricciones al alcohol

El informe esclarece que “ciudades como Pisagua, Iquique, Tocopilla, Antofagasta y Taltal establecen una solución semi-seca, fijando horas determinadas para el funcionamiento de locales de alcohol desde 11:00 a 20:00 horas, y solo dentro del local”.

Las salitreras estaban fregadas. “El resto del territorio provincial se establece el régimen seco-absoluto. Extra-dry. Para cuya disposición se establecerán sanciones no solo para su consumo, sino para su fabricación clandestina, internación, comercio, venta y suministro. Todo ello, salvo aquellos que cuenten con prescripción médica”.

Las multas iban de los mil a 5 mil pesos de la época. El texto dice que todas estas disposiciones tratan de remediar “el mal, motivado por el alcoholismo degenerador de nuestra raza, y pese a todas las legislaciones ejecutadas, debemos confesar que el mal persiste y que la ley se burla, en detrimento a su prestigio y sus fines que contempla”.

Fracaso

El inspector detectó que, pese a las prohibiciones, los guardias o serenos (vigilantes) de las salitreras eran cómplices de la internación del “brebaje pecaminoso” al ser sobornados con alcohol, prostitutas o ambas.

El libro Pampa Desnuda de Óscar Bermúdez da luces de esto. En sus líneas describe cómo los fines de semana (el jueves se solía pagar “la suple”), los obreros arrendaban una habitación a uno de sus colegas para internar señoritas y alcohol y así pasar sus días de relax.

Damas y alcohol estaban prohibidas dentro de los campamentos (al menos en la sección de solteros), pero su internación se hacía de todos modos. El inspector se dio cuenta que las restrictivas leyes no eran eficientes porque, según sus observaciones “es inconveniente, y hasta cierto punto perjudicial o inmoral, que dentro de una misma zona de regímenes similares existan distintas reglas, como los regímenes semi-secos y secos. También las autoridades han descuidado sus funciones, originando un relajamiento jurídico que puede llevar al completo fracaso de las reglas”.

Lo cierto es que después llegó la modernización de las salitreras con el sistema norteamericano Guggenheim. Ahí, las nuevas administraciones trataron de poner paños fríos a este vicio con clases de baile y otros pasatiempos. Pero no pasó nada.

Lo peor, según algunas observaciones documentadas en memoriachilena.gob.cl, fue que muchos obreros que murieron en faena se encontraban en estado de ebriedad.

Pero en defensa de estos infaustos, Don Caliche cita a la novelista francesa Marguerite Duras, quien escribió: “Ningún ser humano, mujer, poema, música o pintura sustituye al alcohol en su poder de ilusionar con una vida mejor”.

Lamentablemente hubo muertes por alcoholismo en las oficinas salitreras de la pampa del norte de Chile

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