- Una calle lleva su nombre, pero pocos conocen su verdadero legado. Edwin Orchard Reynolds, un ingeniero inglés con espíritu visionario, marcó un antes y un después en la historia de Antofagasta al desarrollar uno de los primeros ingenios de desalinización de agua del mar.
Aunque popularmente se le conoce como Eduardo Orchard, su nombre real fue Edwin, un error de traducción (o castellanización) que se arrastró en el tiempo y terminó imponiéndose en la memoria colectiva de los antofagastinos.
Nacido el 30 de mayo de 1835 en Redruth, Cornualles, Inglaterra, Orchard cursó estudios en la Escuela de Arte y Oficios, formación que marcaría su futuro como ingeniero mecánico.

A los 20 años, y con una fuerte inquietud por explorar nuevas tierras, emprendió junto a su hermano James un viaje de seis meses hacia América del Sur. En 1855 arribaron al puerto de Coquimbo, estableciéndose más tarde en Copiapó.
Ese mismo año, los hermanos fundaron la empresa “Orchard Hermanos e Ingenieros Mecánicos”, una maestranza que ganó rápidamente notoriedad por la calidad de sus reparaciones y servicios técnicos, clave para la creciente industria minera del norte chileno.
Un problema urgente: la escasez de agua en el norte
Con el auge de la minería de plata en el sector de Caracoles (región de Antofagasta), Edwin decidió mudarse en 1870 a Antofagasta, donde se encontró con un problema crítico: la escasez de agua potable. La población sufría para acceder al vital recurso, algo que inquietó profundamente al ingeniero británico.
Utilizando sus conocimientos y creatividad, Orchard diseñó e instaló una destiladora de agua de mar, una innovación inédita en la zona que permitía transformar el agua salada en agua apta para el consumo humano. Este hito se concretó en la intersección de las actuales calles 21 de Mayo y Condell, donde hoy se ubica la piscina olímpica de la ciudad.
Además, en 1871 funda la fábrica y fundición Orchard, la cual se convierte en un apoyo fundamental a la creciente industrialización de la Antofagasta de fines del siglo XIX y, ya en manos de sus hijos, del siglo XX.
Un dato curioso, durante la instalación del alcantarillado de la ciudad en 1905, muchas de las tapas de acero que se colocaron sobre las recámaras de desagüe llevaban la marca “Orchard” grabadas en el acero, y aún muchas de estas continúan en sus lugares originales resistiendo el peso de más de un siglo de uso, sin ningún tipo de rasguño.
Orchard falleció a los 54 años en julio de 1899. Después de su muerte, sus hijos continuaron operando la maestranza y la desalinizadora para abastecer a las oficinas salitreras.


Un legado que aún fluye
Más allá de las máquinas, Edwin Orchard dejó una huella profunda en el desarrollo de Antofagasta. Su capacidad de ver soluciones donde otros solo veían problemas, y su compromiso con el bienestar de la comunidad, lo convirtieron en un pionero de la ingeniería aplicada a las necesidades sociales.
Hoy, su nombre permanece en una de las arterias principales de la ciudad. Pero su mayor homenaje está en cada gota de agua que corre por Antofagasta, gracias al ingenio de un hombre que soñó con hacer del desierto un lugar habitable.
Uno de sus descendientes, también de nombre Edwin Orchard, escribió sobre su antepasado en el libro Forjadores de Antofagasta de Corporación Proa que “en el ámbito laboral, fue un pionero en la obtención de agua potable a través de la desalinización, además de ser fundador de la primera fábrica metalúrgica de Antofagasta. Don Edwin será recordado por su fundación, que fue un modelo de empresa regional que compitió y superó a otras empresas del mismo rubro, y su desarrollo fue vital para la ciudad y la región de Antofagasta”.

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